MI ADMIRACIÓN DE MONSEÑOR ARNAIZ A TRAVÉS DE MONSEÑOR ADAMES.
Por: Reynaldo R.
Espinal.
Cuando se tiene cercana y constante interacción
con alguien a quien se admira, es
natural que el juicio y el afecto propendan con manifiesta inclinación a verter
en encendidos elogios valoraciones sobre la vida y trayectoria de aquel con
quien se ha tenido el privilegio de compartir nuestra andadura vital y que nos
ha hecho participe de su amistad, confianza y confidencia; no es este,
precisamente, sin embargo, lo que se da, precisamente, entre el autor del
presente articulo y la egregia personalidad que lo inspira.
Es decir, el respeto y admiración que nos infunde
la singular trayectoria del Gran Jesuita y Obispo Emérito Dominicano, no está
mediada por una relación de amistad profunda entre ambos- ¡ Que más hubiera
anhelado este humilde servidor!- . Pero ahí están refulgentes sus grandes dotes
humanas, intelectuales y sacerdotales, las que certeramente ha tenido a bien
justipreciar nuestro Ministerio de Cultura y su competente titular Don José
Rafael Lantigua para dedicarle junto al también connotado historiador y
Sacerdote Jesuita José Luis Sáez la Feria del Libro de este año que se apresta
a iniciar y que tiene como invitada
especial- singularidad que cabe concederle por su novedad- a la Santa Sede.
De este recio Bilbaíno que, desde muy Joven, abrazó
la causa del Evangelio a través del ingreso a La Compañía, tuve noticias desde mi
adolescencia. Siendo Seminarista Menor en el Seminario San Pío X, de Licey,
Santiago, recibí la inolvidable encomienda de
parte de mi Padre Espiritual Monseñor Vinicio Disla, de colaborar con
el también admirado Monseñor Roque
Adames en la organización de su magnífica biblioteca que se trasladaba desde
Matanzas a su casa campestre de Los Montones y fue en una de aquellas fecundas conversaciones
de atardecer entre un imberbe discípulo con su maestro - al abrigo de los
pinares y la soledad sonora de La Serranía- donde Adames me refirió su
admiración y respeto por este gran Sacerdote y Humanista a quien el llamaba
sencillamente “ Pepe”.
Ambos se admiraban y querían entrañablemente- me
consta- como pude apreciar en las Reuniones de La Conferencia del Episcopado
Dominicano que se celebraban en el Seminario y en la que pude apreciar su
cordial y franca cercanía. Después Monseñor Adames me contó de las hondas
raíces de su amistad: ambos fueron estudiantes de Filosofía en la célebre
Universidad de Comillas, en Santander,
compañerismo que se prolongaría más adelante cuando ambos fueron enviados posteriormente
a cursar estudios Doctorales en La mundialmente famosa Universidad Gregoriana:
Adames lo haría en Teología Bíblica- que amplio después en el Bíblico de
Jerusalén- y Arnaiz en Teología Espiritual.
La vida los reuniría después, cuando- obligados
por el Régimen de Castro a salir de Cuba- Arnaiz ,que a la sazón servía allí
como formador en Humanidades, vino a trabajar a la República Dominicana. Como
buen Jesuita- con las luces y el fervor sacerdotal de que siempre ha estado
dotado- comenzó a trabajar en importante proyectos de promoción social y
humana, muy especialmente a través de la formación de los dirigentes obreros.
De ahí nace- en las postrimerías de la satrapía Trujillista agonizante- su
indeclinable compromiso por la búsqueda de soluciones desde el Humanismo
Cristiano a las más acuciantes tragedias sociales que vive la familia
Dominicana.
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